Introducción:
El presente texto es resultado de un extraordinario “zarandeo” ocurrido en mi vivencia cristiana hace pocas semanas. Mi vocaciòn investigadora o escudriñadora fue confrontada por el Espìritu Santo de forma inusitada, y fue El mismo quien me evidenciò el profundo mensaje del Apóstol Pablo cuando se dirigiò a los Corintios en su segunda epístola. Bendito sea Dios, a El toda la honra y toda la gloria!
El significado del Mensaje:
“De modo que si alguno està en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquì todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconciliò consigo mismo por Cristo, y nos diò el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo; no tomàndoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargò a nosotros la palabra de la reconciliación. Asì que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros, os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con dios” (2Cor. 5:17-20)
En efecto, todo cristiano, desde el momento mismo que aceptò a Jesucristo como su Salvador, recibe el mandato supremo de embajador para la reconciliación y para promover el Reino de Dios. Cuando El nos da una responsabilidad, lo hace sabiendo que podemos cumplirlo, con su ayuda sobrenatural. Nunca da una tarea que no podamos hacerla. Esto significa que, luego de pasar de las tinieblas a la luz, estamos habilitados como reconciliadores: Embajadores en nombre de Jesucristo, la luz del mundo (Jn. 8:12)
Mediante la Fe de Dios, obrando en nuestra fe humana, fuimos tomados por el Espìritu Santo, y es El (morando en nosotros) quien nos guìa paso a paso como idòneos embajadores (de oìdores a hacedores de la Palabra, Stgo. 1:22) y confirmando la gracia de Dios concedida en Cristo Jesús: “porque en todo habeis sido enriquecidos en El, en toda palabra y en todo conocimiento” (1Cor. 1:5). Nos toca a los cristianos comprometidos dejarnos guiar humildemente, disponer nuestro tiempo, recursos y energìas a fìn de ser testimonio del cambio ocurrido en nuestra vida mundana; es decir, que es con el ejemplo de nuestra nueva vida còmo se despliegan las acciones primeras de embajadores para la reconciliación. Basta, por ejemplo, con evidenciar a nuestros familiares, amigos y vecinos inconversos còmo hemos sido transformados por la Palabnra de Dios, y es el Espìritu de la Palabra que actuarà en ellos. El espíritu Santo obra en nosotros de manera insospechada. Conozco el caso de una sierva de Dios que es analfabeta y que sin embargo supo reconciliar a su vecina alfabeta hacièndola leer los capitulos y versiculos que previamente ella los tenìa marcados en su Biblia. La nueva cristiana se asombrò cuando se enterò después de su conversión que su predicadora del evangelio de Cristo era analfabeta. ¡Gloria a Dios!
De este modo, el excelente Plan divino de la Salvaciòn se renueva y se expande con cada nuevo cristiano, quien asì inicia su propio proceso de embajador hasta madurar y alcanzar la estatura de Jesuscristo, el Embajador por excelencia del Reino de Dios en la tierra (Lc. 4:43)
Cierto es. Somos, pues, embajadores en nombre de Cristo.
¿Quièn es un embajador?
Es un Representante de su gobierno ante un Estado extranjero. El personal a su mando es de su propio paìs de orìgen. El embajador realiza sus funciones conforme a las leyes de su gobierno, sin interferir en las del gobierno anfitrión.
¿Què es una embajada?
Es el lugar o espacio territorial asignado por el Estado anfitrión, donde vive y Despacha el embajador.
La embajada constituye un “pedazo de territorio” del país del embajador, es protegida e inviolable en su àmbito.
En forma parecida o por analogía, podemos decir que actuamos, ya que los cristianos en tanto herederos del Reino de Dios, somos peregrinos y extranjeros en este mundo, ciudadanos del Cielo en la tierra (Fil. 3:20)
Asì, representamos al gobierno celestial y actuamos segùn las leyes de nuestro Reino; obedecemos fielmente a nuestro Rey Jesús, el Cristo, sin violentar las leyes del gobierno anfitrión. Nuestra embajada es individual y congregacional, en tanto somos el presente del Reino de Dios (Lc. 17:21) y hemos sido constituidos como sacerdotes y reyes para Dios (Ap. 1:6). Somos embajada individual en tanto Templo interior, y congregacional en tanto Iglesia o Comunidad(Hch. 2:44) de Cristianos, llamados asì por primera vez en Antioquia(Hch. 11.26)
Nadie, absolutamente nadie, puede ingresar en nuestro “pedazo de territorio”, nuestra embajada, sin autorización expresa. En la dimensiòn espiritual, esto significa que ningún espìritu maligno, ni ninguna maldición generacional puede tocarnos (1Jn. 5:18) y porque somos pueblo escogido, santos separados para Dios(1P. 2:9). Y en el orden social, nosotros proyectamos cual faro de luz la Justicia de Dios (2Cor. 5:21) y nuestra manera de vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo(1Tes. 4:2-12).
Impactamos al mundo por persuasión y no por imposición, pacìfica y no violentista, Asì, el mundo nos reconocerà como hijos del Reino de Dios, presente y futuro. Nuestra conducta recta y no confrontacional como nos enseña Pablo en Colosenses 4:5-6, nos facilitarà nuestra labor de embajadores. Cabe analogar al respecto, la fábula del “estanque encantado”, donde un Rey fue confundido y conquistado por sus siervos. Dice la fàbula que cierto dìa el Rey se asombrò de que su pueblo no le reconociera y le viera como extraño, incluso murmuraban que estaba loco. Lo que acontecìa es que sus sirvos bebìan agua de un estanque encantado cuyos efectos trastocaban la mente, cambiando sus maneras de ver y sentir diferentes a la manera normal de ver y sentir del Rey asustado. Este Rey considerò conveniente seguir la actitud de sus siervos ante la imposibilidad de modificar el rumbo de la situación presentada, y procediò a beber tambièn del estanque encantado para ser igual a sus siervos. De esta manera, los siervos le reconocieron y el reino viviò en paz. El que tenga oìdo para oir, oiga.
Ahora bien, como ciudadanos del Cielo somos tambièn el futuro del Reino de Dios (Mt. 25:31-36).
El presente texto es resultado de un extraordinario “zarandeo” ocurrido en mi vivencia cristiana hace pocas semanas. Mi vocaciòn investigadora o escudriñadora fue confrontada por el Espìritu Santo de forma inusitada, y fue El mismo quien me evidenciò el profundo mensaje del Apóstol Pablo cuando se dirigiò a los Corintios en su segunda epístola. Bendito sea Dios, a El toda la honra y toda la gloria!
El significado del Mensaje:
“De modo que si alguno està en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquì todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconciliò consigo mismo por Cristo, y nos diò el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo; no tomàndoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargò a nosotros la palabra de la reconciliación. Asì que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros, os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con dios” (2Cor. 5:17-20)
En efecto, todo cristiano, desde el momento mismo que aceptò a Jesucristo como su Salvador, recibe el mandato supremo de embajador para la reconciliación y para promover el Reino de Dios. Cuando El nos da una responsabilidad, lo hace sabiendo que podemos cumplirlo, con su ayuda sobrenatural. Nunca da una tarea que no podamos hacerla. Esto significa que, luego de pasar de las tinieblas a la luz, estamos habilitados como reconciliadores: Embajadores en nombre de Jesucristo, la luz del mundo (Jn. 8:12)
Mediante la Fe de Dios, obrando en nuestra fe humana, fuimos tomados por el Espìritu Santo, y es El (morando en nosotros) quien nos guìa paso a paso como idòneos embajadores (de oìdores a hacedores de la Palabra, Stgo. 1:22) y confirmando la gracia de Dios concedida en Cristo Jesús: “porque en todo habeis sido enriquecidos en El, en toda palabra y en todo conocimiento” (1Cor. 1:5). Nos toca a los cristianos comprometidos dejarnos guiar humildemente, disponer nuestro tiempo, recursos y energìas a fìn de ser testimonio del cambio ocurrido en nuestra vida mundana; es decir, que es con el ejemplo de nuestra nueva vida còmo se despliegan las acciones primeras de embajadores para la reconciliación. Basta, por ejemplo, con evidenciar a nuestros familiares, amigos y vecinos inconversos còmo hemos sido transformados por la Palabnra de Dios, y es el Espìritu de la Palabra que actuarà en ellos. El espíritu Santo obra en nosotros de manera insospechada. Conozco el caso de una sierva de Dios que es analfabeta y que sin embargo supo reconciliar a su vecina alfabeta hacièndola leer los capitulos y versiculos que previamente ella los tenìa marcados en su Biblia. La nueva cristiana se asombrò cuando se enterò después de su conversión que su predicadora del evangelio de Cristo era analfabeta. ¡Gloria a Dios!
De este modo, el excelente Plan divino de la Salvaciòn se renueva y se expande con cada nuevo cristiano, quien asì inicia su propio proceso de embajador hasta madurar y alcanzar la estatura de Jesuscristo, el Embajador por excelencia del Reino de Dios en la tierra (Lc. 4:43)
Cierto es. Somos, pues, embajadores en nombre de Cristo.
¿Quièn es un embajador?
Es un Representante de su gobierno ante un Estado extranjero. El personal a su mando es de su propio paìs de orìgen. El embajador realiza sus funciones conforme a las leyes de su gobierno, sin interferir en las del gobierno anfitrión.
¿Què es una embajada?
Es el lugar o espacio territorial asignado por el Estado anfitrión, donde vive y Despacha el embajador.
La embajada constituye un “pedazo de territorio” del país del embajador, es protegida e inviolable en su àmbito.
En forma parecida o por analogía, podemos decir que actuamos, ya que los cristianos en tanto herederos del Reino de Dios, somos peregrinos y extranjeros en este mundo, ciudadanos del Cielo en la tierra (Fil. 3:20)
Asì, representamos al gobierno celestial y actuamos segùn las leyes de nuestro Reino; obedecemos fielmente a nuestro Rey Jesús, el Cristo, sin violentar las leyes del gobierno anfitrión. Nuestra embajada es individual y congregacional, en tanto somos el presente del Reino de Dios (Lc. 17:21) y hemos sido constituidos como sacerdotes y reyes para Dios (Ap. 1:6). Somos embajada individual en tanto Templo interior, y congregacional en tanto Iglesia o Comunidad(Hch. 2:44) de Cristianos, llamados asì por primera vez en Antioquia(Hch. 11.26)
Nadie, absolutamente nadie, puede ingresar en nuestro “pedazo de territorio”, nuestra embajada, sin autorización expresa. En la dimensiòn espiritual, esto significa que ningún espìritu maligno, ni ninguna maldición generacional puede tocarnos (1Jn. 5:18) y porque somos pueblo escogido, santos separados para Dios(1P. 2:9). Y en el orden social, nosotros proyectamos cual faro de luz la Justicia de Dios (2Cor. 5:21) y nuestra manera de vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo(1Tes. 4:2-12).
Impactamos al mundo por persuasión y no por imposición, pacìfica y no violentista, Asì, el mundo nos reconocerà como hijos del Reino de Dios, presente y futuro. Nuestra conducta recta y no confrontacional como nos enseña Pablo en Colosenses 4:5-6, nos facilitarà nuestra labor de embajadores. Cabe analogar al respecto, la fábula del “estanque encantado”, donde un Rey fue confundido y conquistado por sus siervos. Dice la fàbula que cierto dìa el Rey se asombrò de que su pueblo no le reconociera y le viera como extraño, incluso murmuraban que estaba loco. Lo que acontecìa es que sus sirvos bebìan agua de un estanque encantado cuyos efectos trastocaban la mente, cambiando sus maneras de ver y sentir diferentes a la manera normal de ver y sentir del Rey asustado. Este Rey considerò conveniente seguir la actitud de sus siervos ante la imposibilidad de modificar el rumbo de la situación presentada, y procediò a beber tambièn del estanque encantado para ser igual a sus siervos. De esta manera, los siervos le reconocieron y el reino viviò en paz. El que tenga oìdo para oir, oiga.
Ahora bien, como ciudadanos del Cielo somos tambièn el futuro del Reino de Dios (Mt. 25:31-36).
La Gran Comisiòn de hacer Discìpulos conforme al mandato de Jesús, segùn el Evangelio de San Mateo 28:18-20, significa propiciar el advenimiento del “Trono de su gloria”: La nueva Jerusalem! (Ap. 21:9-14 y 22:1-5).
La gracia de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espìritu Santo sea con todos ustedes.
La gracia de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espìritu Santo sea con todos ustedes.
Fines de la primavera del 2009.
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